Carlos Fernández
Este es el título de la última obra escrita por Manuel Vicent. La mujer moderna es Concha Piquer (1906-1990), uno de los grandes nombres de la copla. El libro es una biografía, pero también una crónica y un libro de historia. Todo esto cabe en este texto, que el autor describe de esta manera: “Retrato de una mujer moderna es ante todo un relato de ficción en el que, con la libertad del novelista, el autor ha combinado historia, leyenda, memoria personal e imaginación”. Escribió Jorge Semprún que las novelas de verdad son aquellas que relatan las verosímiles mentiras de una ficción. A esta teoría se suma Manuel Vicent en este libro, en el que combina diversos géneros literarios para lograr un matizado retrato de la cantante, con sus luces y sombras, y recrear muy bien los distintos ambientes en los que discurrió su vida.
En Nueva York reinaba la ley seca, corría el alcohol de contrabando y las distintas familias de la mafia se disputaban la ciudad a tiro limpio. Nada se movía sin permiso de Al Capone y Lucky Luciano. Los alegres años veinte traían consigo la radio, el cine sonoro, los discos de pizarra y los rascacielos cada vez más altos. Triunfaban en los garitos clandestinos el bugui-bugui, el charlestón y el foxtrot. Al poco de llegar ella moría allí otro valenciano ilustre, Rafael Guastavino, el arquitecto de Nueva York merced a sus bóvedas tabicadas, constructor de la Estación Central de Manhattan, cerca de la cual estaba el apartamento en el que vivía Concha Piquer. En Nueva York, a la sombra de Manuel Penella, comienza su triunfo. Nacerá también allí su primer hijo, que morirá pronto víctima de la meningitis, mientras ella llenaba los teatros de La Habana. Éxitos y desgracias comienzan a alternarse en la vida de la joven cantante. Así será su existencia, una montaña rusa en la que a los días de gloria sucederán las tragedias más dolorosas.
La protagonista de su novela es Concha Piquer, hija de Pascualet y Ramona, nacida en el barrio valenciano de Sagunto en 1906, a un paso de la huerta y no lejos de la playa de la Malvarrosa. El autor pinta con pinceladas muy rápidas la vida y la muerte en aquella Valencia de principios del siglo XX, en la que Sorolla y Blasco Ibáñez eran ya artistas consagrados, cuando la niña Conchita empezó a cantar en los teatros de la ciudad. En uno de ellos la escuchó el maestro Manuel Penella Moreno, autor de El gato montés. La contrató y de su mano llegó la joven a Nueva York en 1921, camino de México.
En 1927 regresa a España y prepara su desembarco artístico en Madrid y Barcelona. Aunque el listón estaba muy alto -Raquel Meller, Celia Gámez, Pastora Imperio, Juanita Reina- triunfa con canciones legendarias como En tierra extraña, Ojos verdes o Tatuaje. La guerra civil la coge en la Sevilla de Queipo de Llano, donde vive con muchas estrecheces junto al torero Antonio Márquez. Ya en la posguerra se convirtió en una gran empresaria que viajó por medio mundo llevando su famoso baúl. Cantaba en teatros, grababa discos, protagonizaba películas. Los compositores Quintero, León y Quiroga escribieron para ella canciones inolvidables como No me llames Dolores, ¿Ay!, Malvaloca y Romance de la Reina Mercedes. Las más desgarradas, llenas de amores y desengaños, hablaban de ella misma y entraban en los hogares españoles a través de la radio, en aquellos años de dura represión, de cantos patrióticos y de cartillas de racionamiento: “en medio de tantas desgracias su voz servía de consuelo en forma de coplas, boleros y pasodobles”. Y así fue hasta que en 1958 se retira súbitamente, cuando empezaba a fallarle la voz y el público bailaba ya al son de nuevos ritmos como el rock and roll.
En el penúltimo capítulo el autor cede la voz a la tonadillera. Concha Piquer toma la palabra desde su finca de Villacastín y rememora su vida: su nacimiento en la huerta, su primer baño en el mar, su decisivo viaje a Nueva York, sus triunfos y desgracias, sus amores repartidos entre músicos, boxeadores y toreros, el entierro de Blasco Ibáñez, para concluir diciendo: “Yo me considero una mujer moderna porque en esta vida he hecho lo que me ha dado la real gana”. El arrepentimiento era para ella un territorio desconocido.
“Así empezó esta historia” es el título del último capítulo. Podía haber sido el primero pues en él Manuel Vicent relata cómo surgió la idea de escribir este retrato en el que todo gira en torno a Concha Piquer, una mujer de cuna muy humilde pero que gracias a su voz y tesón alcanzó la gloria. Pero el libro es también un homenaje a Manuel Vázquez Montalbán, otro niño de la guerra que, como el autor, se crió escuchando aquellas canciones de amores contrariados y de celos, “biografías de mujeres cantadas en tres minutos”, y que muchos años después escribiría una imprescindible Crónica sentimental de España de la que este libro puede considerarse un magnífico epítome.
