A opinión de Míguel Mosquera Paans: ” El sexo de la pobreza “

Miguel Mosquera Paans, escritor

Aunque haya a quien le cueste admitirlo, sí, la pobreza tiene sexo, y a nivel global, quien sale peor parada es con diferencia la mujer. Condicionamientos sociales, políticos, religiosos y, en definitiva, culturales, son los causantes de que la mujer se vea relegada en muchos países y regiones a ser ciudadanas de segunda o de tercera clase.

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Frente a un Islam integrista en el que la mujer y su rol queda relegado por detrás del caballo o el camello, son traficadas desde la infancia y, como recientemente se ha visto con el nuevo rumbo que ha tomado Afganistán, privadas de formación, independencia y existencia, en muchas naciones de África, Asia y Latinoamérica, la mujer es privada de cualquier posibilidad de evolución o emancipación, desde la propia presión estatal.

Pero en la búsqueda de una igualdad entre hombres y mujeres, la equidad parte, no de los extremismos sino desde las propuestas legales y sociales que buscan la igualdad. España es un modelo desde el siglo XIX, en el que la profesionalización de la Administración y su acceso por meritocracia pone de relieve, por ejemplo,  que en sectores como la Educación y la Justicia, el número de mujeres supera al de varones por goleada.

Por si no bastara, resultaría inconcebible que un empresario pagase a una mujer menos que a un hombre por desarrollar la misma labor, por varias razones. La primera porque no es el empresario quien establece los convenios colectivos. La segunda, porque es el Estado español intervencionista quien impone las condiciones de contratación y, la tercera, porque de obrar en sentido contrario, al día siguiente el empresario ya podría pensar en cerrar o abandonar su empresa por la presión sindical que, sin respetar su intimidad, alcanzaría sin remordimientos ni vergüenza hasta su vivienda personal, su familia e intimidad, sin salvarse de tener pancartas y manifestantes hasta en la puerta de su casa.

Sin duda hay que mejorar las condiciones de vida de la mujer en el mundo para equipararlas a su compañero, pero también es discutible la conducta de feministas extremas como la señora Sálamo que recientemente cargó en las redes sociales contra el movimiento llamado November, que busca informar sobre el cáncer de testículos y próstata, recaudando al mismo tiempo fondos para la investigación.  La intérprete Sara Sálamo, cuyo más sonado papel dentro y fuera de la escena es ser pareja del futbolista Isco Alarcón, ha cargado contra la iniciativa sociosanitaria porque, a su parecer, lo importante es que se investigue acerca de las enfermedades de la mujer, criminalizando los padecimientos masculinos, como si el cáncer entendiera de sexos.

Queda claro que la farandulera jamás padecerá cáncer de testículos ni de próstata, y nadie desea que entienda su fanatismo estúpido e integrista teniendo que enfrentar una enfermedad tan terrible en alguien cercano, porque sería un desastre para todos.

La realidad del feminismo radical es que, lejos de defender los intereses de la mujer, por lo general  hacen levantar los colores a muchas mujeres, pero lo triste es que no mueven ni un dedo para defender los derechos de todas esas mujeres abandonadas en los países en vías de desarrollo. Sin la menor duda, todo el país le haría la ola a la señora Sálamo si en lugar de vociferar despropósitos se fuera a Kabul a manifestarse en favor de los derechos de las mujeres afganas.

España evoluciona en un sistema político basado en la representación popular, donde gozan de derecho de sufragio en igualdad de condiciones —tanto activo como pasivo—, toda la ciudadanía con independencia de su sexo. Lo que iguala a los hombres y mujeres no es el feminismo ni los extremismos sino la democracia,un modelo que persigue la igualdad de derechos y oportunidades sin diferenciar a los ciudadanos porque sin duda una cosa es predicar y otra repartir trigo.


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