Darla con queso

Miguel Mosquera Paans, escritor


A pesar de la herencia romana en relación a la cocina y tecnología de los alimentos, incluyendo su conservación, como la Re coquinaria de Gavio Apicio —léase del latín, sobre materia de cocina—, en la Edad Media, vinos como Burdeos adquirieron fama, no por su excelencia y calidad, sino por la distribución fluvial que permitía una rápida entrega al comprador, quien lo recibía preservado en correctas condiciones. No sucedía igual con el resto de caldos,  expuestos a descomposición acética, esto es, a transformarse en vinagre, como era el caso de los manchegos, ya por aquel entonces dotados de cuerpo.

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Para minimizar las pérdidas, aquellos vinateros agasajaban primero al cliente con un recio queso castellano, de esos de sabor tan fuerte que inhabilitaba el paladar para comprobar luego la calidad del mosto. A esta operación se la conoció por “darla con queso”, que no es sino dar algo de menor calidad de lo esperado sin que el interesado se dé cuenta de ello. O dicho de otro modo, dar gato por liebre. Todo esto podría calificarse como falacia, que por definición no es otra cosa que un engaño, fraude o mentira, pero que por la complejidad que puede llegar a adquirir puede costar tanto identificar como dejar una larga estela. Tal es el caso de las falacias argumentales, que exponen al destinatario a ser manipulado. Aunque no siempre se proponen de manera deliberada, salvo excepciones, las falacias se estructuran y elaboran para conseguir imponer una premisa que, de basarse en la verdad, nunca sería aceptada.

Para el caso en cuestión resultaría útil revisar dos tipos de falacia,  la del punto medio y la de la falsa dicotomía. La  primera busca mediar entre dos extremos, de modo que si dos personas difieren en un criterio, se busca un término medio. Así, dos vecinos del mismo edificio discuten argumentando uno que llueve y el otro que no. Intentando mediar en el conflicto, un tercer vecino establece un término medio para contentar a ambos, que llueve a ratos. Pero la verdad es que no puede llover y al mismo tiempo no, por lo tanto, si el caso es que no llueve, es igual de falaz el que lo sostiene como el que afirma que llueve a ratos. Ambas posturas serían una mentira.

Pero la falacia de la falsa dicotomía es aún más interesante, siendo ampliamente utilizada en política, cuya  base es presentar dos únicas alternativas posibles, como si no existiera ninguna más cuando sí la hay, obligando al interlocutor a tomar una postura bajo la premisa de que la opuesta sería contraria a los valores sociales, morales o éticos, cuando en realidad no es tal, asegurándose la lealtad injustificada a un partido, causa o conducta que sería reprochable.

La falacia da como resultado la falencia, que más allá del engaño constituye un error, y así es como se plantea el asunto con el que el Presidente del Ejecutivo pretende dársela con queso a la opinión pública en relación al conflicto del Sahara, y es que de igual modo que el ilustre Nobel Camilo José Cela sostenía que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo, tampoco lo es un referéndum de autonomía frente a uno de autodeterminación.


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