Casa con dos puertas…

Miguel Mosquera Paans, escritor


Casa con dos puertas es difícil de guardar, constituye un refrán que hace referencia a la dificultad de cuidar una vivienda con más de un acceso, haciendo hincapié en que dividir la atención reduce la eficacia del trabajo.

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Esa es la tesitura en la que se encuentra en este momento Alberto Núñez Feijóo, porque pese a la aparente balsa de aceite en la que se ha transformado espontáneamente el Partido Popular apenas Pablo Casado ha salido por la puerta de atrás mientras él entraba por la grande, lo cierto es que se hace inevitable, a ojo de buen cubero, escuchar el ruido de sables mientras los tiburones olisquean la sangre.

Aún aceptando que al adversario es mejor tenerlo al lado que a la espalda, en el caso de Ayuso lo mantiene de frente ya que, si bien es cierto su aparente beneplácito a que sea el gallego quien dirija el destino de la formación de la gaviota, no es menos verdad que la presidenta madrileña no ceja en su empeño de exigir una purga intensiva que satisfaga su sed de venganza.

A esto se une el plazo entre la aceptación de la presidencia del PP y su refrendo por el partido, un lapso lleno de acechanzas y turbulencias con las que Feijóo va a tener que lidiar, y que puede llegar a hacérsele eterno.

El meollo del asunto no está ni siquiera en los dos largos años de legislatura que aún le quedan por delante en Moncloa, para la que no ha sido elegido diputado. La enjundia del asunto está en el mar de fondo que excede a la geografía de Génova, y es que una cosa es contar con el apoyo aparente de los barones territoriales, y otra muy distinta aplacar las ambiciones que subyacen en el río revuelto.

Basta hacer memoria para recordar idénticas luchas de gladiadores cuando Fraga Iribarne cedió el testigo, alzándose José María Aznar como cónsul entre los tribunos; o como cuando Rajoy fue aclamado como delfín, en tanto Feijóo marchaba al destierro gallego.

La cuestión no es baladí, porque si por un lado ahora Núñez Feijóo va a tener que remar hacia Madrid con una bitácora y futuro incierto, por el otro no puede obviar que su trono indiscutible está en una Xunta que le va a dificultar el doblete.

Sólo está el nuevo presidente en la capital y, como al conde de Romanones, le urge un tren de paisanos en los que apoyar su tarea, a riesgo de dejar vacante el Obradoiro, y aunque bien es cierto que ahora al fin el AVE conecta Ourense con Madrid en apenas dos horas y cuarto, la duda está en quien dejará en casa y a quien llevará a tierra de promesa.

Porque el problema subyacente es precisamente ese ecuador de la legislatura en el que, reducida su participación en el mejor de los casos a una intervención mensual en el Senado, el flamante inquilino de Génova lo tiene crudo para dispensarse en lucimientos, y es que si ya malo es tener que delegar ahí donde debería alzar la voz, peor es tener que permanecer en silencio.

Tal es la tesitura a la que se enfrenta Feijóo en Madrid, cuyo caballo de batalla, lejos del Congreso de los Diputados, va a estar más cerca de tener que cagar tintas en las rotativas y cadenas de radio y televisión, una condición que a la larga le obligará a pagar un peaje a los medios a los que, de tenerlos acostumbrados a perseguirlo de la zeca a la meca, ahora va a tener que enjabonar para que le den cancha.


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