Juan Lois Mosquera
Retomamos lo que el filósofo Josep María Esquirol escribe sobre las conversaciones en su libro, “Humano, más humano”, reflejado en uno de nuestros anteriores comentarios, “La importancia de nuestros nombres de pila “, para iniciar nuestro artículo de hoy.
“Solo habrá habla verdadera cuando hayamos escuchado y hoy nadie escucha; se habla, pero no se escucha; escuchar va a la baja; ahora solo somos sumatorios de monólogos cuando uno solo puede responder si es escuchado; hoy hay más monólogos superpuestos que diálogos. La inmediatez y la precipitación del mundo actual no facilita nada porque para que haya escucha del otro ha de haber paciencia, Dejamos que acaben de hablar, sí, pero solo para decir lo nuestro”
Últimamente, con frecuencia, aparecen en los medios de comunicación, preferentemente en editoriales y Tribunas en la paginas de Opinión, breves ensayos relativos a la mala costumbre que muchos de nosotros tenemos, monopolizando las conversaciones que mantenemos con nuestros amigos o conocidos y tratando de imponer nuestras teorías o puntos de vista, sin dejar hablar, apenas, a los otros.
Esas situaciones son, también, habituales en las tertulias que se retransmiten por televisión. Cada uno de los tertulianos lleva su discurso o argumentarlo aprendido de memoria y lo suelta tan pronto le corresponde su turno, sin haber tenido en cuenta lo que han expuesto sus otros compañeros, aunque el objeto del debate sea el mismo tema para todos ellos.
Como curiosidad paradójica, entiendo que podríamos resaltar que, en muchas ocasiones, personas que ante un determinado grupo de conocidos monopolizan las conversaciones, sin embargo, al cambiar a otro conjunto de amigos se convierten, en oyentes silenciosos. Y viceversa, aquellos que en un círculo de amigos se comportan, prácticamente, como oyentes, al variar de contexto, ante otros contertulios, son ellos los que, ahora, llevan la voz cantante de la conversación.
Dando un salto cualitativo, recordemos, brevemente, la mecánica de los campeonatos de ajedrez, en los cuales las partidas, entre otras reglas, están regidas por “dos relojes” y sus respectivos botones, con el fin de que cada jugador disponga del mismo tiempo para realizar la totalidad de sus jugadas. (Véase foto adjunta).
Cada vez que un jugador realiza un movimiento con alguna de sus piezas, pulsa su botón correspondiente para ir contabilizando el tiempo que va dedicando a sus jugadas.
Así ocurre que, por ejemplo, algunos jugadores gastan más minutos pensando sus jugadas de apertura, mientras que otros reservan la mayor parte de su tiempo para pensar las jugadas finales. Pero ambos jugadores, como es lógico, disponen, siempre, de la misma cantidad de horas o minutos para llevar a cabo la totalidad de sus jugadas.
Otro salto cualitativo, nuestras cafeterías suelen disponer, como complementos de su mobiliario,- barajas de cartas, tapetes, dominós y parchises- , para que sus clientes, si les apetece, puedan disfrutar de sus juegos preferidos mientras degustan las consumiciones solicitadas…
Por analogía y extensión, entiendo que, probablemente, sería una buena idea que nuestras cafeterías ampliasen el abanico de los complementos citados,- barajas, dominós y parchises- ofreciendo, también, dispositivos semejantes a los utilizados en las partidas de ajedrez, pero, ahora, dotados de cuatro o cinco relojes, con el fin de que las conversaciones celebradas en las mismas con nuestros amigos o conocidos fuesen más equitativas.
El desarrollo o protocolo de estas charlas podría regularse, más o menos, de esta forma: si somos cuatro personas y estimamos que vamos conversar (como suele decirse, arreglar el país, ja, ja) a lo largo, aproximadamente, de hora y media (90 minutos), entonces, dividimos 90 entre 4 y obtenemos el resultado de que a cada contertulio le corresponde, para sus intervenciones, un total de 22 minutos y 30 segundos.
Cada vez que alguien toma la palabra, debe pulsar su botón, tanto al iniciar como al finalizar su intervención. . Su reloj irá descontando de sus 22,5 minutos totales, la suma de sus diferentes parlamentos y cuando el tiempo se agote, su botón se pondrá en rojo, recordándole que ya ha agotado el tiempo de que disponía…
Con el sistema indicado, todos los integrantes del grupo que van a conversar, dispondrán del mismo tiempo para exponer sus opiniones o teorías y así se evitaría, lo que, lamentablemente, sucede tan a menudo , que alguno de los contertulios monopolice la charla durante la mayor parte del tiempo estimado para las mismas. En el supuesto anterior, acapararía, por ejemplo, 70 u 80 de los 90 minutos, previamente, acordados para repartirlos entre todos…
Como es obvio, también se permitiría que alguno de los miembros del grupo, pudiera vender partes o el total de su tiempo de intervención al mejor postor de los interesados en comprárselo. En realidad, esta práctica, de comprar “el tiempo de conversación “de una manera más o menos implícita, realmente, se viene haciendo desde que se instauraron los bares y cafeterías en nuestras costumbres. Cuando alguien quiere monopolizar sus intervenciones o discursos en una mesa con sus conocidos, su estrategia es la siguiente: “invitar al resto de sus compañeros a una ronda” en la cual puedan pedir al camarero sus consumiciones preferidas, desde un simple café hasta un güisqui de los más caros. Ante esa especie de regalo económico, suele ocurrir, que los que aceptan la invitación no solo le ceden la palabra durante todo el tiempo que quiera mantenerla, sino que incluso, normalmente, también le dan la razón a todo lo que exponga, aunque muchas de sus teorías u opiniones las consideremos una tontería.
Lector, ¿verdad que, quizás, sería interesante que, en un futuro próximo, las cafeterías de O Carballiño, tuviesen la singularidad de disponer de ese tipo de “Relojes” para facilitar conversaciones más equitativas? Juan Lois Mosquera
Nota. Música sugerida, Sierra María, interpretada por Paola Requena y Marta
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